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Apuntes para un estudio del cine juvenil en Chile: "El último gol gana"

  • Juventudes
  • 22 abr 2022
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 20 jul 2024

El fútbol se constituyó como deporte con el objetivo de disciplinar el cuerpo (Alabarces, 2018). A lo largo de la historia, especialmente en las últimas décadas, en su práctica profesional los equipos y sus futbolistas han estado regidos por intereses económicos y/o comerciales sobre los sociales -con algunas excepciones-. Sin embargo, en su forma amateur y más lejana de su dimensión oficial, es un deporte de multitudes y diferencias, practicado por muchas y muchos, especialmente juventudes e infancias, cuyas reglas son subvertidas y adaptadas al medio de sus practicantes, lo que ha decantado en narrativas que aluden a su valor comunitario y su carácter popular (Fábregas, 2010, pp. 57-63).


Es en este último universo, donde el fútbol irrumpe, ahora sí, con marcados matices sociales y políticos, configurándose complejas redes simbólicas y de sentido que atraviesan lo popular y dialogan con los contextos históricos.


En este sentido, la película dirigida por el cineasta chileno Andres Wood, “Historias de Fútbol” (1997) mezcla el discurso literario con la experiencia cinematográfica en tres relatos, como un ejemplo notable de algunos significados construidos alrededor del fútbol en Chile. Especialmente, la segunda historia, titulada “El último gol gana”, basada en el cuento del escritor ecuatoriano Raúl Pérez Torres, refleja las tensiones entre los dos tipos de práctica (García-Reyes y Gallardo, 2015, p. 1409).


En la narración un grupo de niños y jóvenes encuentran una pelota oficial, luego de ser expulsados por un policía al intentar ingresar al Estadio Municipal de Calama. En este choque contra la autoridad del oficialismo del fútbol y cómo se vive su práctica aficionada entre la población infantil y juvenil, el relato aborda la marginalidad en Calama, una zona minera del norte de Chile.


La película es un documento icónico dentro de los celuloides que tienen como temática las juventudes chilenas, diferenciándose por alejarse de la visión centralista de las jóvenes en Santiago y, principalmente, porque sus protagonistas son niños-jóvenes, mientras los adultos tienen un rol secundario.


Esta representación de las juventudes es recreada a través de Pablo, el protagonista, un niño-joven, quien tendrá que asumir la responsabilidad de sus actos frente a las condiciones de pobreza en las que vive. El hilo conductor del relato recae sobre un objeto: la pelota. Este elemento es el único que brilla, es lavado y protegido, mientras los demás objetos, incluidos una reproducción de “La última cena” están empolvados y sucios. Lo que representa la ilusión de un lugar de resistencia y esperanza, mientras las vienesas y el arroz se pierden en el plano abierto de la cámara.


En cuanto a las relaciones tejidas en la historia, pese a la evidencia de un “despertar sexual”, Pablo se mantiene al margen de una masculinidad hegemónica (De Martino, 2013, pp. 288-289), incluso rompe el estereotipo del hombre que predomina en la mayoría de películas sobre los jóvenes chilenos. Al mostrarse abierto y rechazar la autoridad que propone uno de sus amigos cercanos, el Feña, frente a Gaby, la joven con quien intercambia miradas. Asimismo, la ausencia del padre es una representación compartida con otras películas del género, mientras la madre asume la responsabilidad de un hogar lleno de carencias. Sin embargo, no existe una tensión en ambos roles, pues la madre aboga por el respeto de su compañero, que no aparece en cámaras, pero se deja entrever como un obrero cesante.


Bajo este panorama, la escena que mejor retrata los valores y sentidos de estos jóvenes “futbolistas”, es la pérdida del dinero obtenido por la venta de la reproducción de Leonardo, después de perder una “pichanga”. Pablo decide vender su objeto de ilusión, ganado por la democracia del eructo, para ayudar a pagar las deudas de su mamá. En los intentos de encontrar el dinero entre el polvo, Feña nunca abandona a Pablo y se construye una solidaridad de clase, de marginados; por ello, el abrazo de ambos, resalta que para jugar al fútbol y a la vida no se necesita una pelota, se requiere de amigos.


Escrito por:

Juan Riobó

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